Algo se esta gestando en la fiesta fallera y no
hablo de un nuevo congreso fallero. Las fallas, esa magna y desbordante
celebración, se ha convertido en los últimos tiempos en un producto social insostenible.
Una fiesta excluyente que obliga a la huida a aquellos que ven perturbada su
libertad urbana y a esos otros que no encuentran en las fallas el
entretenimiento cultural que buscan.
Mientras los falleros se dividen a la hora de
solicitar un congreso fallero que actualice nuestra fiesta, el mismo colectivo
se olvida de ofrecer un producto atractivo al resto de la población. No
olvidemos que los miembros de las comisiones sólo suponen un 8% del total, es
decir, prima el habitante no fallero sobre el fallero (casi 65.000 censados
para algo menos de 800.000 habitantes). Las fallas se encierran en su búnker y
son incapaces de retornar a la ciudad lo que esta les cede, más allá de las
instalaciones artísticas plantadas en la calle. Pensar en el ciudadano estándar
sería la verdadera ofrenda a la ciudad, y no el festejo religioso que se
realiza los días 17 y 18 de Marzo.
El ciudadano de hoy en día ha mutado de tal
manera que ha convertido la ciudad en pequeños focos de valor, redefiniendo la
estructura cultural de nuestra ciudad. Barrios como Ciutat Vella, Benimaclet y
Russafa se han establecido como núcleos de actividad juvenil basados en la
autogestión, el micromecenazgo y como antítesis a la cultura de masas. En una
sociedad cada vez más individualista, donde cada uno elige lo que quiere
consumir y no donde el consumo elige su público, la fiesta de las fallas no
ofrece un producto adquirible para la generación actual.
La viciada estructura de las comisiones y la
barrera psicológica que supone la entrada a un Casal de Falla, aleja a la
juventud de la fiesta. El inmovilismo, la “coentor” y el poco rigor artístico,
aleja a los profesionales de las artes y la cultura de las fallas. La
monopolización el espacio público aleja al ciudadano de lo que debería ser la
fiesta de todos, una fiesta popular.
Popular es todo aquello perteneciente o relativo
al pueblo. En pleno S.XXI, este pueblo, más que una sociedad uniforme, es una
sociedad facetada. En el momento en que las fallas son ajenas a estos matices y
no logra darles abrigo, el modelo se agota. Sin embargo, el agotamiento de este
modelo provoca la aparición de brotes verdes.
Hablo de esos movimientos espontáneos, las
fallas populares. Un ejemplo de asociacionismo modesto que nace del ecosistema
cultural juvenil que puebla algunos de los barrios más emblemáticos de
Valencia. Estos colectivos tratan de imitar a las primigenias comisiones
falleras de principios del siglo XX, recuperando el espíritu inicial de la
fiesta, ocupar el espacio que la ciudad les cede con un pensamiento crítico.
Alejados de la tutela institucional, grupos como
Les Falles Populars i Combatives o la Junta Solar Fallera nos muestran el
camino que debería tomar la fiesta de las fallas, tomando el relevo que
paradigmas como la Falla King Kong o Arrancapins comenzaron años atrás.
Un movimiento alternativo y descontaminado de los activos tóxicos que suponen
la herencia de una institución anquilosada como es Junta Central Fallera. Un
movimiento que se libera de elementos superfluos de la fiesta, como los premios
o las Falleras Mayores.
Sus actividades, la ocupación de solares, la
fiesta en la calle, los correfocs, el crowdfunding, las actividades deportivas
al aire libre o los conciertos alejados de los grandes nombres mediáticos, suponen
un producto urbano y sostenible, a la vez que da cobijo a sectores antaño
alejados de las fallas. No en vano, la mejor portada de un llibret de falla ha
sido la de la publicación de les Falles Populars i Combatives, de la joven
ilustradora Paulapé.
Esta irrupción en la fiesta, al margen de la
oficialidad, provoca, voluntaria o involuntariamente, una transformación en la
manera de comprender el gobierno de las fallas. Ante la imposibilidad de
cambiar las cosas desde dentro, con un colectivo dividido y más preocupado de
mantener su estatus dentro del lobby de influencias fallero, los brotes
populares suponen un ataque tangencial a las fallas. Un ataque que puede abrir
los ojos a los descontentos dentro del mundo fallero.
Socialmente, las fallas son un ejemplo único de
asociacionismo vecinal. No pueden continuar bajo el amparo del partido político
de turno que gobierne la ciudad. Va en contra de su espíritu popular y coarta
sus libertades, especialmente en el plano crítico. Las fallas populares son el
camino para recuperar la esencia; la autogestión, la participación y la
cooperación, el medio de transporte para conseguirlo.
El
objetivo debe ser deslocalizar la fiesta y diversificar el entretenimiento, de
manera que las fallas sean de todos y para todos, y eso solo se consigue
dinamitando la estructura oficial de las fiesta, la tan ansiada
autodeterminación, pero no como autodeterminación fallera, sino a través de la
autodeterminación social.
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Artículo aparecido en el diario El Mundo, Domingo 16/03/2014
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Imagen. Portada del llibret de les Falles Populars i Combatives. Autora. Paulapé